quarta-feira, 7 de setembro de 2016

Poesía Latinoamericana del siglo XX - Alfonsina Storni























ALFONSINA STORNI


Alfonsina Storni (1892-1938) nació en Sala Capriasca, un cantón de la Suiza italiana. Su familia emigró a la Argentina en 1896, instalándose primero en San Juan y luego en Rosario. Su juventud fue pobre; trabajó como costurera, actriz y maestra rural. A los veinte años, a punto de ser madre soltera, se radicó en Buenos Aires. Colaboró en las revistas Fray Mocho, Caras y Caretas, El Hogar, Mundo Argentino, La Nota y en el diario La Nación. Sus obras: La inquietud del rosal, El dulce daño, Irremediablemente, Languidez, Ocre, Mundo de siete pozos y Mascarilla y trébol. Se suicidó en Mar del Plata, víctima de un cáncer avanzado. 















Si la muerte quisiera 
(De El dulce daño, 1918) 


I


Tú como yo, viajero, en un día cualquiera
Llegamos al camino sin elegir la acera.
Nos pusimos un traje como el que llevan todos
Y adquirimos su aspecto, sus costumbres, sus modos.



Hemos andado mucho, sujetados por riendas
Invisibles, los ojos fatigados de vendas
Tenemos en las manos un poco de cicuta ,
Perdimos de la lengua el sabor de la fruta
Y sabemos que un día seremos olvidados
Por la vida, viajero, totalmente borrados.



Y tú y yo conocimos las selvas olorosas...
Y tú y yo no atinamos jamás a cortar rosas .


















Tú me quieres blanca 
(De El dulce daño, 1918) 




Tú me quieres alba, 
Me quieres de espumas, 
Me quieres de nácar. 
Que sea azucena 
Sobre todas, casta. 
De perfume tenue. 
Corola cerrada. 



Ni un rayo de luna. 
Filtrado me haya. 
Ni una margarita 
Se diga mi hermana. 
Tú me quieres nívea , 
Tú me quieres blanca, 
Tú me quieres alba. 



Tú que hubiste todas 
Las copas a mano, 
De frutos y mieles 
Los labios morados. 
Tú que en el banquete 
Cubierto de pámpanos 
Dejaste las carnes 
Festejando a Baco. 
Tú que en los jardines 
Negros del Engaño 
Vestido de rojo 
Corriste al Estrago. 



Tú que el esqueleto 
Conservas intacto 
No sé todavía 
Por cuáles milagros, 
Me pretendes blanca 
(Dios te lo perdone), 
Me pretendes casta 
(Dios te lo perdone), 
¡Me pretendes alba! 



Huye hacia los bosques; 
Vete a las montañas; 
Límpiate la boca; 
Vive en las cabañas; 
Toca con las manos 
La tierra mojada; 
Alimenta el cuerpo 
Con raíz amarga; 
Bebe de las rocas, 
Duerme sobre escarcha; 
Renueva tejidos 
Con salitre y agua; 
Habla con los pájaros 
Y lévate al alba. 
Y cuando las carnes 
Te sean tornadas, 
Y cuando hayas puesto 
En ellas el alma 
Que por las alcobas 
Se quedó enredada, 
Entonces, buen hombre, 
Preténdeme blanca, 
Preténdeme nívea, 
Preténdeme casta. 


















¿Qué diría? 
(De El dulce daño, 1918) 




¿Qué diría la gente, recortada y vacía,
Si un día fortuito , por ultra fantasía,
Me tiñera el cabello de plateado y violeta,
Usara peplo griego, cambiara la peineta 
Por cintillo de flores: miosotis o jazmines,
Cantara por las calles al compás de violines,
O dijera mi verso recorriendo las plazas
Libertado mi gusto de mortales mordazas?



¿Irían a mirarme cubriendo las aceras?
¿Me quemarían como quemaron hechiceras?
¿Campanas tocarían para llamar a misa?


En verdad que pensarlo me da un poco de risa.
















Hombre pequeñito 
(De Irremediablemente, 1919) 



Hombre pequeñito, hombre pequeñito, 
suelta a tu canario que quiere volar... 
yo soy el canario, hombre pequeñito, 
déjame saltar. 



Estuve en tu jaula, hombre pequeñito, 
hombre pequeñito que jaula me das. 
Digo pequeñito porque no me entiendes, 
ni me entenderás. 



Tampoco te entiendo, pero mientras tanto 
ábreme la jaula, que quiero escapar; 
hombre pequeñito, te amé media hora, 
no me pidas más. 
















El divino amor
(De Irremediablemente, 1919)



Te ando buscando, amor que nunca llegas,
Te ando buscando, amor que te mezquinas,
Me aguzo por saber si me adivinas,
Me doblo por saber si te me entregas.



Las tempestades mías, andariegas,
Se han aquietado sobre un haz de espinas;
Sangran mis carnes gotas purpurinas 
Porque a salvarme, oh niño, te me niegas.



Mira que estoy de pie sobre los leños,
Que a veces bastan unos pocos sueños
Para encender la llama que me pierde.



Sálvame, amor, y con tus manos puras
Trueca este fuego en límpidas dulzuras
Y haz de mis leños una rama verde.

















Bien pudiera ser…
(De Irremediablemente, 1919)



Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
No fuera más que aquello que nunca pudo ser,
No fuera más que algo vedado y reprimido
De familia en familia, de mujer en mujer.



Dicen que en los solares de mi gente, medido
Estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
De mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...



A veces en mi madre apuntaron antojos
De liberarse , pero se le subió a los ojos
Una honda amargura, y en la sombra lloró.



Y todo eso mordiente, vencido, mutilado
Todo eso que se hallaba en su alma encerrado,

Pienso que sin quererlo lo he libertado yo.





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